A cierta distancia de las costas españolas, a bordo
de una fragata arrebatada a la marina francesa, Abou
Rachid Al Bakr, llamado el carnicero, lanzaba sus órdenes
a la tripulación.
- ¡Lanzad una andanada!
Poco después se oyó el trueno derivado de los cañonazos
y el barco mercante vio como caía su palo mayor. Se
terminaban sus esperanzas de huida. Al verlo, el
carnicero mandó lanzar su nave sobre la presa.
- ¡Preparad los ganchos! - gritó.
Sus hombres, todos piratas experimentados, se
prepararon para atacar la pequeña nave de transportes.
- ¡Al abordaje!
El primero que lanzó su gancho fue el propio
Abou Rachid Al Bakr. Enseguida los dos barcos se
unieron. El pirata beréber saltó y comenzó la lucha
contra los marineros que lo esperaban y que acuchilló
sin piedad. La lucha fue corta. Los tripulantes de la nave
Luarca no eran soldados, sino unos pobres marinos. El
que no cayó bajo las espadas moriscas, se rindió al enemigo.
Los hombres del beréber registraron el barco
que acababan de asaltar y fueron cargando en el suyo
todo lo que encontraron de valor, incluido los hombres.
Terminaban de cargar el botín, cuando apareció un gran
navío en el horizonte.
- ¡Capitán, capitán, un navío se acerca por poniente!
- ¿De qué bandera es? – le gritó el carnicero.
- ¡No lo sé, no consigo verlo!
Abou Rachid Al Bakr se acercó al tripulante y le arrancó
el catalejo de las manos. Lo apuntó en dirección a poniente,
tras un par de minutos, soltó:
- Es un galeón español, ¡rápido, izad las velas!
Los bereberes se pusieron manos a la obra, en tres
minutos el bajel tenía todas las velas fuera. Entonces, el
carnicero lanzó a su timonel:
- ¡Rumbo a Argel, rápido! –y volvió a mirar en dirección
al galeón.
- ¿Nos han visto, capitán? - le preguntó su segundo
que se había acercado.
- Muy probablemente el humo del mercante no les habrá
pasado desapercibido.
- Entonces, ¿vienen a por nosotros?
- Creo que sí, aunque están tan lejos que no lo puedo
certificar. De todos modos somos más rápidos que ellos,
rápidamente estaremos lejos. Vamos, en marcha.
Al girar el barco para tomar el rumbo, las velas se
hincharon y poco a poco la fragata fue ganando velocidad,
alejándose así del lugar de la batalla.
II
El galeón San Marcos había salido del puerto de
Cartagena y poco después, a la altura del cabo de Palos,
mar adentro, divisaron una columna de humo.
- Capitán, una columna de humo por levante.
El teniente Navarro le ofreció el catalejo a su superior.
El capitán Álvaro Fernández de Luzón, un hombre de
cuarenta años, alto, moreno, tanto de pelo como de piel
y nombrado recientemente capitán del navío San Marcos,
cogió el instrumento que le tendían y miró en dirección al
siniestro.
- Gracias teniente.
- ¿Cree que puede ser un ataque beréber? – le
preguntó su subordinado.
- No lo sé teniente, pero lo sabremos rápidamente.
Dé la orden de poner rumbo a la columna de humo.
El teniente se puso a gritar órdenes. Enseguida se oyó
la orden repetida y los marineros pusieron el enorme
barco en dirección a levante. El capitán vigiló la
maniobra, después, volvió a otear el horizonte con su
catalejo en busca del siniestro.
Con el velamen henchido por el viento el barco
navegaba a buena velocidad y se aproximaba rápidamente
a su objetivo. El marinero Lánzarete estaba en su puesto
de vigía y escrutaba atentamente el horizonte. Al fin
vio el barco en llamas, pero desde esa distancia no llegaba
a distinguir de que nave se trataba. El San Marcos recorrió
otra decena de millas y pudo divisar su pabellón.
- ¡Es un barco español! – gritó –, ¡mi teniente, es un
barco español!
En pocos segundos la información llegó al capitán. Después,
un segundo mensaje, el que se temía, llegó a sus oídos. El
teniente Navarro se acercó.
- Mi capitán, el vigía ha visto un segundo barco, tiene
en el pabellón el emblema de Abou Rachid Al Bakr.
- Mande preparad las culebrinas, cuando estemos lo
suficientemente cerca, les mandaremos una andanada.
- A la orden.
Las culebrinas eran unos cañones mucho más largos, pero
de menor calibre, aunque de mayor acierto. El teniente
desapareció y comenzó el zafarrancho de combate.
El beréber llevaba varios meses asaltando todo tipo
de barcos en el Mare Nostrum y la orden estaba dada a
todos los barcos de la Armada española de hacerlo preso,
y sino, hundirlo con su barco. El capitán Álvaro Fernández
de Luzón sonrió para sus adentros. No era posible que fuera
él, el capitán más novel de la Armada, el que fuera a dar
caza al pirata beréber.
Álvaro siguió las evoluciones de su barco y poco
después lo avisaron que el morisco emprendía la huida.
Así que mandó perseguirlo. Si llegaba a Argel estaría a
salvo y no quería que escapara tan fácilmente. Intentaría
cortarle el paso, pero lo primero era lo primero.
- Teniente Navarro, ¿está preparada la artillería?
- Sí, mi capitán.
- Pues, cuando le dé la orden, mande abrir fuego.
El capitán Fernández de Luzón observó la maniobra de
su enemigo, parecía que le había leído el pensamiento.
Con un poco de suerte le impediría llegar a su destino.
- Teniente Navarro, mande girar a babor noventa
grados.
El teniente gritó la orden y pudo oírla repetida aún varias
veces hasta que el barco comenzó a girar. Enseguida estuvo
en posición. Entonces, el capitán gritó:
- ¡Fuego!
Las doce culebrinas de estribor escupieron su hierro mortal
a la vez.
- ¡Teniente Navarro!, mande dar media vuelta sobre el
ancla.
El teniente se quedó atónito unos segundos, pero ladró la
orden y en pocos minutos, el San Marcos quedó mirando al
morisco con sus cañones de babor. Una vez más el capitán
mandó abrir fuego. Doce proyectiles de veinte libras
salieron disparados contra el beréber...